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Esperando a Octavio Calleya

Impaciente estoy de su llegada. Momentos de recuerdo de Pedro Aparicio, nuestro Alcalde eterno, quién le confió la batuta de nuestra Orquesta; seguro envidiará estar en este almuerzo, para evocar sobre el mantel con la emoción de nuestro amor a la música, si el más grande es Tercer movimiento de la Novena o los acordes finales de Tristán e Isolda, difícil comparar más amor, nostalgia y profundo lirismo. Ya somos carrozas de fuego y no estamos para el Bolero de Ravel.

Octavio me retrotrae en el espejo retrovisor amigas emociones, recuerdos inconmensurables y hasta jocosos. Nuestra Orquesta era parte de la embajada en el intercambio cultural de Sur a Sur, entre Malmöe y Málaga; bailaba Soraya en una cava sueca hasta los topes y apareció el Maestro, con su cara rojiza, pero de abstemio, paró la bulería, y a voz en grito, dijo nuestra estrella, -¡Octavio, estás tan colorao de jincharte de salmón¡

Consagrado el día que dirigiste frente al maestro Rodrigo, el Concierto de Aranjuez, con la guitarra de Ángel Romero. Acabábamos de auditar a Yuri Chuguyev, cruzábamos la Plaza Roja a 10 grados bajo cero, se acercó una anciana descalza para vendernos unas figuritas hechas de pan, le entregaste lo que llevabas en el bolsillo, sin poder reprimirte las lágrimas, frente al Museo de Lenin. Serían inacabables estas historias que me reprimo, brindando con al jolgorio de los músicos gitanos, en el barrio del vino de Viena.

Nos esperan los riquísimos callos rumanos en el excepcional restaurante QUÉ BUENO, está lloviznando; pero más nos espera nuestra charla, interrumpida la última vez tras el asalto al Congreso de los Estados Unidos. Hablaremos de nuestras cosas, de la terrible Invasión, más de música; me ayudaras a preparar el prólogo de gran obra en la que trabajas, sobre la fenomenología musical, un rendido tributo a tu maestro, el inigualable Sergiu Celibidache.

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