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Banderas, Astoria Paradise

Un puñado de ajados de Málaga la bombonera, le han decapitado el entusiasmo a Antonio Banderas, de sumar energía, sapiencia, dinero y entusiasmo al proyecto de recuperación del edificio del antiguo cine Astoria, y de mi querido y pequeñito cine Victoria.

Unos por la batalla política, otros por fastidiarla, los más poquitos por una visión inquisidora del derecho administrativo, que no la superaría ni el mismísimo Enterría, y los de a favor, el Alcalde y, porque les ha faltado el tacto suficiente, para presentar la presencia de Banderas en una de las licitaciones, con más eurekas que ecuanimidad.

La madrastra Bombonera aburrió a Picasso, que empezó a mandar algunas obras a Málaga, y que autoridades franquistas y gremio academicista, ocultaron en el cuarto de las ratas del Museo de Bellas Artes, hoy su museo, gracias a su nuera Christine, que me manifestó el deseo íntimo del artista malagueño de que su ciudad tuviera su pinacoteca, y en el sentido didáctico de su trabajo creativo. En aquellos tiempos de eruditos nacional católicos academicistas, dónde se denigraba al artista, se le declaraba enemigo de Málaga, a lo que dieron lugar los bomboneros ilustradillos, era a que el secretario Sabartés aconsejara al pintor, para que mandara su obra a Barcelona, dónde había encontrado una clara recepción, raíz de su museo Picasso catalán.

Hace años, la familia Romero, guitarristas universales, malagueños del exilio, volvieron a su ciudad natal, llenos de entusiasmos capitaneados por Celedonio, gracias a ellos se celebraron varios veranos en el Conservatorio María Cristina organizados por el Ayuntamiento, unos excepcionales cursos de guitarra clásica, dónde asistían alumnos de todo el mundo, discípulos de ellos, algunos son hoy excepcionales interpretes de fama universal. Los cursos se perdieron en la Bombonera, porque los musicastros del lugar no lo consideraban acordes a su monocordia.

Recuerdo un almuerzo, en un intermedio de las audiciones de la actual Orquesta Sinfónica de Málaga, dónde actuábamos de anfitriones del excepcional concertino Víctor Martín, el recordado Gonzalo Martin Tenllado y yo. En un ambiente distendido, y para poner en solfa mis conocimientos, como concejal de cultura, lo típico y tópico, con sorna preguntó Gonzalo a Víctor -¿y eso que se traen los del ayuntamiento con Pepe Romero, ese guitarrista? Para su sorpresa, el violinista hizo tales elogios del guitarrista, con el que había hecho giras mundiales, y al que se consideraba, sin duda, el número uno de los guitarristas, qué mi trompetista y catedrático de Historia de la Música se demudó.

Pepe Romero, cuándo tocó con la flamante orquesta malagueña, enseguida se le removió la sangre del terruño, e hizo gestiones con la Philips, su casa de discos, y el director Sir Neville Marriner, para grabar con ella, otro tema que mal ajó el cambio político en la ciudad del Paradiso.

Mi querido y admirado Carlos Álvarez, puso hacienda y devoción en la creación de una fundación malagueña para la enseñanza del canto y las artes operísticas, animado por su compromiso social, y cariño a la Bombonera. Entre unas y otros, fundieron el proyecto.

La Ciudad del Paraíso, la de las mil tabernas y una sola librería, dónde llevar un libro es más extraño que tomar una copa, tiene unas garras de malvada madrastra, que prefiere tener su esplendido solar como un estercolero, para el goce de la aporofobia, como diría la filósofa Victoria Camps, antes que rendir gloria a la generosidad y cariño de sus más afamados artistas.

Lamento Antonio, que la parroquia bombonera, desagradecida y con su rollo, te quiera al lento paso de trono o de nazareno; y que se haya aprovechado tu fama, para dirimir una batalla mal dada, de poner el acento en el lamentable y costoso proceso de adquisición del edificio del antiguo Astoria por el actual ayuntamiento.

 

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