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Los de a pie

Quienes hoy tienen más de setenta años nos pueden llegar a decir que no nos preocupemos por el futuro. En 1960 la tasa de fecundidad era de 2,86 hijos por mujer. Que todo se arreglara. Que mas que han pasado ellos, nosotros no lo vamos a pasar: una guerra mundial y una guerra civil, en España, y fijaros como estáis. Cierto. Ellos fueron, sufrieron y llegaron.

En 1970 la tasa de fecundidad era de 2,86. Nosotros no hemos sido, pues siempre hemos estado amparados por nuestros ascendientes para que no pasemos lo que ellos, no hemos sufrido pues nos lo dieron todo y gracias a ellos nuestra vida ha sido mejor que la de ellos, pero aun no hemos llegado. Llegar como ellos no vamos a poder. Ellos llegaron y nos dejaron un futuro mejor que el de ellos. Nosotros no le vamos a dejar a nuestros hijos un futuro mejor que el nuestro. En el 2015 la tasa de fecundidad es de 1,33 hijos por mujer.

Nuestra ilusión era trabajar, casarnos, formar una familia y tener hijos. Hoy esto es una ñoñería. Nuestra sociedad está fundada en el placer y la moral distraída. No creemos, idolatramos. No convivimos, excluimos, para exaltar nuestro ego.

Nos conformamos con lo mínimo: el aparentar. No somos capaces de ser, ni de tener un proyecto común. Eso implica responsabilidad, y eso es algo que en nuestra sociedad no se cultiva. La televisión nos vende cuerpos magníficos, bodas al instante, amores a primera cita, hermanos mayores televisivos que tratan de arreglar lo que nuestra sociedad ha desarreglado haciendo creer a nuestra juventud que lo malo es lo normal, y que lo bueno ya no se lleva.

Que la violencia es lo que mola. La falta de respeto a los padres se televisa. Nuestros hijos han nacido con todo. Se les ampara en sus entuertos como si fueran cosillas graciosas, dentro de nuestra sociedad, amparadas siempre en la manida frase de" es lo que se lleva". Nuestros padres pasaron mucho, muchísimo, pero no tenían en su vida el ejemplo y la mala influencia de una sociedad decadente. Habían tocado fondo, solo les quedaba subir, en la esperanza siempre de que nosotros supiésemos mantenernos.

No ha sido así. Salimos a la calle y donde nuestros padres veían niños con los mocos caídos, nosotros vemos perros. Tantos que se ha tenido que legislar sobre la recogida de los excrementos por sus dueños. Es más fácil criar un perro que un hijo. También criar un perro exige menos responsabilidad que criar y educar a un hijo. Habrá quien diga que no: respetable, pero triste.

Tan difícil se ve hoy en nuestra sociedad la educación de los hijos que se han dejado de tener, sin darnos cuenta del perjuicio social que eso supone. La mayor y mejor inversión que una sociedad puede hacer es garantizar su propia sustitución, y como sabemos, aquí en España, nos conformamos con que sean los inmigrantes los que aumenten el índice de natalidad. Difícil de entender.

Tener un hijo, en nuestra sociedad, se ha convertido en adquirir un bien de lujo. Su vida se pretende convertir en una demostración nuestra de poder: ha de tenerlo todo y, a ser posible, lo mejor. Nadie debe torcerle el gusto, que para eso su padre es quien es. Un hijo, dos a lo sumo. Tres es una equivocación sobrevenida en la familia.

La media de hijos que tienen nuestros congresistas, los que se sientan en nuestro hemiciclo, es de 0,8 hijos. Ni uno siquiera. A quien le van a hablar de futuro. Estamos metidos en el redil. El poder no quiere que tengamos hijos. Es más fácil someter al individuo que a la familia.
Sin hijos no hay futuro por mejores casas, coches, vacaciones y televisores de plasma que tengamos.

 

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