Inicio Opinión

Operación flamenco

El 24 de abril brincaba en las noticias, un comunicado de los agentes del orden, debido a la Operación Flamenco que  clausuraron por orden judicial un hotel con su sala de fiestas en Fuentepiedra, que era en realidad un burdel en el que se explotaban a 28 mujeres en su mayoría colombianas, tenidas en los mayores niveles de explotación, abuso e inseguridad sanitaria; el cabecilla de la red fue detenido, así como seis personas más con distintos grados de responsabilidad delictiva. 

Todo sería a costa de inventario, si no hurgara en mi extrañeza, porque sobre las mismas fechas escribí contra el exceso de camaritas de vigilancias municipales, capaces de multar a un buen vecino, por dejar el paquete de cartón junto al contenedor de basura que estaba hasta los bordes, por unas normas fuentepedrinas que desentonaban por antireciclables. Mira por dónde, el Ojo del Amo del pueblo, no pudo ver tantos paquetes desechos y apretadas del cinto de los muchos clientes de las meretrices; es un dato a saber, después del comunicado exculpatorio del equipo gobernante, ante tanta bulla y revuelo de agentes de la ley, a los ojos de sus menos de tres mil vecinos. 

Amén que el secreto del sumario  continuará, nadie lo quiera, hasta que por desgracia retorne la sequía y los flamencos rosas que inundan la Laguna se den la volantá. Ha dejado de ser curioso el nombre de las operaciones policiales, ésta flamenco, igual que la que se detuvo al bailaor Antonio Canales, pero ahora debido a los graznidos o gruñidos de los habitantes de la Laguna; pudiendo molestar a los que llevan el compás en su Festival anual de Antonio “El Chaqueta” no concernidos por los abusos a las mujeres. Si la Policía hubiera estudiado siete años como los cardenales, con su larga experiencia de obediencia, devoción y poder, se bautizarían sus mandatos con solera, y no con el primer apodo que le venga a la cocola ambiental. 

En aras a otra verdad, su egregio cantaor Antonio El Chaqueta, calza el mismo nombre que aquel afamado rey del trabalenguas al ritmo, que malgastaba los jurdós de sus éxitos del pasado, aflamencando las más celebradas canciones de América latina, mientras venían a sitiar su aguardiente en la Peña Juan Breva, artistas ávidos de aprender como el joven Camarón, del tenido como su gran maestro y profesor del cante. Así que como en el papado, El Chaqueta de Fuentepiedra tiene talla de segundón –II-.

 

Curro Flores

Ir ARRIBA