A la calle Larios, carril de toriles en los fastos de los Reyes Católicos, se le perdieron las huellas de pezuñas y lleva a sus lomos hoy millardos de guiris despistados. En ella pedimos Libertad y Amnistía, para apartar la complaciente estampa de señoritingos calcetines blancos con “roales” del limpia.

La leyenda urbana y la policía que los detuvo, corrieron por la voz copuli, a los varones dandys que hacían el trenecito desnudos en calle La Regente; pero el nacional catolicismo les dejó la mácula y la fama de tratantes, en la mesa del presumido de aquella ceñida acera de Larios. Hace años vine a organizar por bella su centenario típico, vestidos ediles y allegados de ropajes de época, para repartir la tarta de las felicitaciones. Mucha gente de fama y más su Feria, puso al calor el abanico de ministros visitantes, destacando míster Bush, el viejo, que llegó hasta la heladería de Casa Mira, entre solana y bulla.
Mi amigo el Limón, hartico de dar vueltas, sin encontrar un paisano, al verme, de la alegría, me zampo dos besos de sonar, porque era yo la poca huella de que no se había perdido en Babia. Ayer, cosa de época, desfiló la plana del Orgullo Gay y solidaries, hoy he visto su gran bandera que tomaba todas las sombras.
Me pilló el Pleno de cambiar la Plaza de José Antonio por la Constitución, y aterrizar en la Plaza de la Marina, para evitar mal rato de ir a Queipo de Llano. La paseé de disfrazado de dormilón en la elefante Simbad, para delicia de infantes en la Cabalgata de Reyes; ya no quedan los escaparates de las viejas tiendas del Centro Comercial, por nuevas marcas a gogó.
No sé que me depara el guiño de la estatua de su Marqués en el futuro, pero por ahora se desafía su galaxia navideña al infinito, esperando las muestras de Inteligencia Artificial.