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Tragedia colombiana en tres actos

Primer acto: el pasado 7 de junio el precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, del partido Centro Democrático, hablaba ante un grupo de vecinos reunidos en un parque al suroriente de Bogotá. En pleno mitin, un joven sicario le propinó tres disparos, dos de ellos en la cabeza. La víctima es un “delfín político”, como se les denomina en Colombia a quienes pertenecen a familias cuyos predecesores han ocupado altos cargos de poder. En este caso se trata de un nieto del expresidente Julio César Turbay Ayala, que gobernó esta república sudamerícana entre 1978 y 1982.

El atentado despertó antiguos miedos, recordando los años de plomo de la década de los noventa, cuando un gran número de líderes políticos de diversa ideología perdió la vida a manos de jóvenes pistoleros: Luis Carlos Galán Sarmiento (Nuevo Liberalismo), Carlos Pizarro León Gómez (M-19), Bernardo Jaramillo Ossa (Unión Patriótica) o Álvaro Gómez Hurtado (Partido Conservador), entre muchos otros. Promesas truncadas que nunca se materializaron porque las llamadas “fuerzas oscuras” ordenaron desde siniestros cenáculos acabar con sus vidas.

Miguel Uribe Turbay, cuya madre, la periodista Diana Turbay fue secuestrada y asesinada por los esbirros del capo de la droga, Pablo Escobar, es otra promesa política. Una figura ascendente educada en la Universidad de Los Andes (el Harvard colombiano) con una brillante trayectoria de servicio público en el Concejo de Bogotá y en el Parlamento nacional. Se perfila como una posible alternativa al actual errático e imprevisible presidente, de quien se sabe de donde vine pero no a dónde va. Este promisorio precandidato presidencial de 39 años de edad se debate ahora entre la vida y la muerte en un excelente hospital colombiano, donde es atendido por uno de los mejores neurocirujanos del país y, posiblemente del mundo: un galeno perteneciente a una prestigiosa familia de médicos. No olvidemos que Colombia es un país de estirpes de todo tipo.

Segundo acto: el “gatillero” que atentó contra Uribe Turbay en un chico de catorce años que utilizó una pistola automática. Un arma letal tan fácil de usar que parece un juguete. La motivación que lo empujó es clara: el dinero. Y es que la pobreza ha empujado en los últimos cuarenta años a muchachos de ambos sexos a involucrarse con quienes los “violentólogos” denominan “actores del conflicto armado”: la guerrilla, los grupos paramilitares y las bandas criminales de delincuentes comunes.

En una nación donde, según el Banco Mundial, 16 millones de personas (el 33% de la población) vive en situación de pobreza y no tiene sus necesidades básicas satisfechas, los jóvenes son presa fácil de los cantos de sirena de los señores de la guerra y la muerte.

Para estos chicos no hace falta ningún tipo de motivación ideológica. Matarán a quien sea si ello les permite comprarse un teléfono móvil, unas zapatillas deportivas, un automóvil o una casa para su madre. No habrá paz ni seguridad en Colombia mientras no exista un estado de bienestar y se mantengan las inequidades socioeconómicas.

Tercer acto: desde la Casa de Nariño, el palacio presidencial de Colombia, el mandatario Gustavo Petro desvaría a través de la red social X. Una votación masiva lo llevó en volandas hasta la sede del poder ejecutivo. Sin embargo no ha cesado de dar bandazos desde que asumió su cargo y ninguna de sus promesas se ha hecho realidad. Representa, pues, una “esperanza desesperanzadora”.

Este antiguo guerrillero, mando de segunda fila del M-19, y burgomaestre de Bogotá que pasó con más pena que gloria por la Alcaldía capitalina, ha defraudado a la mayoría de sus votantes y compañeros de viaje. Fue el primer líder de izquierda elegido en las urnas, pero ha repetido los viejos vicios de corrupción e ineficacia que criticaba cuando se encontraba en la oposición. 

Colombia atraviesa una grave crisis multimodal, mientras que el presidente Petro, al igual que el absurdo Godot, nunca aparece. Su presencia alucinógena se limita a las redes sociales donde se empeña en hacer creer al mundo entero que el país en un gran Macondo garcíamarquiano.

Y mientras Miguel Uribe Turbay se encuentra en un estado muy crave con dos proyectiles balísticos en su cerebro, la sociedad colombiana reza por él. Pues a pesar de toda su tragedia, Colombia sigue siendo el país del Sagrado Corazón y el Divino Niño, donde contra todo pronóstico su gente, en su gran mayoría muy buena gente, sigue creyendo en los milagros. 

 

Luis Gabriel David

Profesor y periodista

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