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Desalmados y con Almas

Corren tiempos difíciles para los ciudadanos en los que ser un gobernante desalmado, es lo que está de moda. Los rendimientos políticos se miden por la capacidad que se tenga para someter, manipular y por tanto dirigir a cuantas más personas mejor con la única finalidad del beneficio personal y del partido en el que se milite. En esta carrera, vacía de contenido, no nos damos cuenta que lo único que hacemos es destruirnos, así como destruir a los demás.

Para muestra, un botón, nuestra sociedad. Está dominada por desalmados. Por quienes, de manera desmesurada, tienen ambición y ansias de poder, hasta el extremo de convertirse en adictos al poder. La situación personal de estos gobernantes es establecer automáticamente dos bandos: los que están con ellos y, el resto, que están contra ellos. Y a los que están contra ellos, hay que anularlos. Tratan de hacer ver al ciudadano que sus ideas, son las verdaderas y únicas que beneficiaran a la sociedad. Si el ciudadano les hace caso, la vida será de colores, en caso contrario la vida será en blanco y negro. Piensan que tienen derecho a disponer de haciendas y personas, a su propio antojo, sin rendir cuentas, siquiera, a quienes les han situado en esa posición de dominio. Por sus actos el ciudadano aprecia, que a este tipo de gobernante, nada le importa el bien común, ni por supuesto el aumento de las diferencias sociales y económicas que con su forma de gobernar produce.

Una sociedad gobernada por desalmados es una sociedad falta de conciencia, cruel e inhumada. Una sociedad que continuamente mira hacia fuera. Una sociedad que prefiere mirar para no ver. Miramos a la Luna y a Marte, para no ver la sed y el hambre de África, la miseria de la India o el mismo cementerio del Mediterráneo. En definitiva, no queremos ver todo cuanto podría despertar nuestra conciencia de ser humano. Conciencia que se mantiene dormida, pues a los desalmados así les interesa.

Una sociedad equilibrada, es la que antes que mirar hacia fuera, ve las necesidades que se desarrollan en su interior, por ello, no queremos entender, por el esfuerzo individual que eso supone, la importancia del ser humano en toda su dimensión: desde el alma hasta los sentidos. La totalidad de las crisis sociales se producen como consecuencia de la falta de equilibrio entre el alma y los sentidos. O mejor dicho, por el abandono del alma y el abrazo incondicional y desalmado de todo lo sensorial.

Si entendemos el alma como "principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida", comprenderemos que una sociedad sin alma es un sociedad muerta, llena de hojas secas y caídas expuestas a ser pisoteadas, así como al viento que sople, y con escasas posibilidades de regeneración. En una sociedad, como la nuestra en que el progreso es destrucción, algo falla. Y lo que falla, nadie quiere reconocerlo: abandono del alma, y dominio de los sentidos.

No basta con que al ser humano se le enseñen materias diversas para que se desarrolle sensorialmente, es necesario, además, la formación del alma que, a fin de cuentas, es la única que puede dirigir adecuadamente todos los conocimientos sensoriales e intelectuales de la persona, así como el respeto a cualquier otro tipo de vida necesaria para nuestro desarrollo.
La característica más importante de una sociedad gobernada por desalmados es sencillamente el autoritarismo de quien gobierna, la identificación de intereses partidistas con los de los ciudadanos y la falta de criterio para reconocer los errores cometidos en el ejercicio de sus funciones. Cualquier parecido con nuestra realidad es pura coincidencia.

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