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Pan, circo… y aceite tunecino

Todo gran imperio se ha levantado sobre avances agrícolas que han garantizado el alimento a su pueblo. Cuando dejaron en manos ajenas la producción de alimentos y compartieron los frutos del esfuerzo de generaciones, comenzaron a desmoronarse. No fue el enemigo exterior quien derribó esas civilizaciones, sino la renuncia voluntaria a su autosuficiencia.

Desde la guerra entre Lagash y Umma por tierras fértiles y agua en la antigua Sumeria, hasta nuestros días, siempre ha sido igual: quien controla el alimento, controla el poder. Y quien decide depender de otros, termina sometido.

Roma, modelo de grandeza y decadencia, dejó una lección para quien quiera aprenderla. En el año 69 d.C., el caos se apoderó del Imperio: cuatro emperadores se sucedieron en un solo año, dejando tras de sí un rastro de sangre. Cuando Vespasiano se impuso, comprendió que la capital debía mantenerse tranquila a cualquier precio. ¿La receta? Panem et circenses: pan para comer y circo para distraerse.

Lo que antes era un privilegio reservado a los que habían servido al Imperio —legionarios retirados con derecho a trigo subvencionado o vivienda pública—, se extendió a todo el que respirase dentro de las murallas. Se trataba de apaciguar, de anestesiar. Roma pasó de 300.000 a más de un millón y medio de habitantes en apenas dos siglos. Pero esa paz tenía un coste: el esfuerzo recaía sobre las provincias, que eran exprimidas para financiar el festín de la capital.

El trigo se abarató por decreto. Las viviendas también. Se subieron impuestos y se hundieron los incentivos para producir. Al final, el grano hubo que traerlo de fuera. Roma, la eterna, terminó dependiendo del alimento extranjero. Y cayó.

Hoy, como entonces, caminamos hacia el abismo con los ojos bien cerrados.

Les hablo desde Coín, corazón del Valle del Guadalhorce, conocido secularmente como "Valle del Azahar", puerta además de la Sierra de las Nieves. Aquí, nuestros abuelos levantaron una economía agrícola que alimentó no sólo a sus familias, sino a toda una comarca y a España entera. Con su sudor y su ingenio desarrollaron el tomate Huevo de Toro, un fruto delicado y sabroso como pocos, que sólo pudo empezar a exportarse cuando la automoción y refrigeración lo permitió. También criaron ganado, trabajaron la tierra y aprovecharon cada palmo fértil con la sabiduría del que no tenía nada más que su fuerza y su tierra.

Tuvimos cabaña porcina, ternera de Coín, un matadero municipal donde la vecindad sacrificaba su ganado. Todo eso desapareció. Unos por mirar a otro lado, otros por poner trabas desde los despachos, todos cómplices lo dejaron ir.

Pero si en algo ha destacado esta tierra, ha sido en el aceite y los cítricos. No es casualidad: España ha sido líder mundial en ambos productos, y Coín, su punta de lanza. El aceite de la Bética ya era famoso en tiempos de Roma. Hoy, esas mismas joyas de nuestra economía están siendo destruidas por decisiones que se toman lejos del campo y aún más lejos del sentido común.

Mientras el precio del aceite se desploma —en Jaén, en mayo, un 57% menos que hace un año—, se disparan las importaciones desde Túnez (+35,9%) y otros países. Mientras arrancamos olivos a la fuerza, se abren las puertas a productos sin apenas control, sin exigencias fitosanitarias, sin garantías para el consumidor.

Aquí, en el Valle del Guadalhorce, el agricultor está cercado: inspecciones absurdas, burrocracia (sí, con doble erre), costes laborales imposibles. El mensaje es claro: no quieren que produzcamos. Nos quieren fuera. Y cuando el campo cae, sólo les quedan dos caminos: buscarse otra vida… o quitarse la suya. Como tristemente hizo David Lafoz en Belchite.

Hoy Europa se comporta como aquella Roma moribunda: explota al campo, lo desprecia, lo ahoga. Y cuando ya no quede nadie que recoja el fruto, mirará fuera, hacia el sur o hacia el este. Pero entonces ya será tarde.

Porque cuando un pueblo pierde su capacidad de alimentarse, pierde su libertad. Y cuando pierde su libertad, ya sólo puede elegir de qué amo quiere depender.

Así se pierde la soberanía. Así cae un imperio. Así muere una civilización, esa que tanto debemos a nuestros mayores que para legarla lucharon, para construirla sudaron.

Luis Miguel Rivas

Portavoz de Vox en Coín

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