Se conoce con el nombre de la “Desbandá” al hecho histórico acaecido a principios de febrero de 1937, cuando en ese momento de la Guerra Civil española la ciudad de Málaga, bajo el control del Gobierno republicano, cayó en manos de las fuerzas sublevadas dirigidas en el sur de la península por el general Manuel Queipo de Llano. Dicho acontecimiento provocó un éxodo poblacional que, dependiendo de cual sea la fuente, se calcula que pudo ser de más de 100.000 individuos entre milicianos y civiles, lo cual equilvadría más o menos a la mitad de los habitantes de esta urbe andaluza en aquel entonces.

Al día de hoy, asistimos a una segunda “Desbandá” en la capital de la Costa del Sol. Sin derramamiento de sangre, pero quizás igual de dolorosa y traumática provocada por el desbocado aumento de los precios de la vivienda para comprar y alquilar, lo cual ha obligado a muchas personas y familias a abandonar la ciudad en busca de otros lugares donde sea posible encontrar una casa o un piso asequibles y acordes con el poder adquisitivo del común de la gente.
La causa de este fenómeno es la especulación inmobiliaria desatada por inversores de todo tipo, que han reconvertido las viviendas familiares y de larga estancia en alojamientos turísticos para quienes vienen a la “ciudad del paraíso” (como la denominó el poeta Vicente Aleixandre) en busca de sol, playa y cerveza.
La gentrificación provocada por el alza desorbitada de cualquier tipo de posible vivienda (incluyendo sótanos, habitaciones y trasteros) está expulsando del núcleo urbano a los malagueños y malagueñas, jóvenes y mayores, quienes son testigos impotentes de cómo las administraciones no toman medidas en esta zona de España residencialmente tensionada para garantizar que se cumpla el derecho constitucional a una vivienda digna. Tal vez, nuestros dirigentes esperan con fe calvinista a que “la mano invisible”, predicada por san Adam Smith, autorregule el mercado inmobiliario sin necesidad de ningún tipo de intervención estatal.
Una de las personas perjudicadas por esta sinrazón se llama Elizabeth, Eli para sus más allegados. Se trata de una profesora de enseñanza media de uno de los institutos de secundaria y bachillerato más señeros de Málaga. Eli, una suiza-gaditana, hizo su carrera universitaria en la UMA y siempre soñó con volver a la urbe malacitana para ejercer como docente. Lo logró después de la pandemia del COVID-19, cuando todavía aquí era posible alquilar una vivienda sin destinar a ello más de la mitad de un sueldo.
Pero las cosas cambiaron, y cuando sus caseros le exigieron una cifra astronómica para renovar su contrato de arrendataria, y ante la imposibilidad acceder a otra vivienda de alquiler o compra que no le obligase a destinar la mayoría de sus ingresos a ello, optó con resignación a trasladarse a otra localidad costera en el litoral andaluz donde ha podido adquirir una casa por un precio realista.
El resultado de esta expulsión de quienes no pueden permitirse alquilar o comprar una vivienda en Málaga es la “descapitalización humana”, que se está produciendo con la pérdida del talento y el recurso que se ha formado aquí y que tanto le puede aportar a esta ciudad. Eli, en este caso puntual, es una docente muy apreciada tanto por su alumnado como por sus compañeros y compañeras, quienes no sienten solamente su partida como la pérdida de una gran profesional, sino también como la de una maravillosa amiga. Pues tal como dice la afamada sevillana: “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”.
¿Qué deparará el futuro ante esta especulación inmobiliaria de orates y avarientos? Una pista puede ser el reciente artículo publicado por el prestigioso periódico estadounidense The New Yor Times, en el cual se refería al turismo extranjero de este verano en el Mediterráneo español, prediciendo que debido a las fortísimas olas de calor y la disminución de las playas ocasionadas por el cambio climático, posiblemente en un futuro no muy lejano los veraneantes se trasladen a otros destinos en el norte de Europa donde las vacaciones no signifiquen “estar“metidos dando vueltas en un horno microondas”. Llegados a ese momento, quizás, las viviendas volverán a estar al alcance de cualquier hijo o hija del vecindario.