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El cochecito jaracandoso

Mi coche que conservaba el velo de calima, fue a descansar sus pirellis, en un huequecito de la avenida violeta; como todos los meses de Mayo las flores de jacarandá abrían sus ofrendas llamativas, para que los atascos angustiosos  se alegraran la vista. Málaga se trajo a su paraíso particular de Vicente Aleixandre, el árbol de las Américas al arrancar el siglo XX, y tomó el tajo de sembrar 7000 alcorques, para darle sombra de color fémina  a los “guapos” de la tasca y turistas albinos. Fenomenal que objetar, pero el  pero, tuve que patinar los setenta sobre un manto de inmundicia resinosa, en peligro de cascarme la prótesis y perder el colmillo que me queda, para abrir mi coche jacarandosamente, que estaba hecho un envoltorio de charca de bosque sobre el suspensorio de las arenas del desierto, en expresión casera, “una guarrería” de cristales opacos, para colmo de gastarme el agüita del parabrisas que soltaba los últimos lagrimones. 

El estallido primaveral tuvo un coste de lavado completo de 6,95 por dos según gasolinera y aún quedan frutos de la resistencia de algunos pétalos enamorados de su luna. Pero antes que algunas aguerridas protestas cundan, los servicios de limpieza no dan respiro a escobas y mangueritas; pero para suerte tengo un amigo, el brillante botánico Enrique Salvo, que sabe la leche de los helechos a la siesta del bosque, que ha tomado el megáfono para saborearnos a la plebe de los beneficios de las violáceas, capaces de aplacar las calores, aguantar el dolido pavimento, sentir los olores prímulas y sabotear las tormentas del desierto en suspensión malacitana. Añade la Red los beneficios en las labores intestinales, la prevención de los malos latidos, hacernos inmunes a lo que pulula, evitar inflamarnos y proteger el tracto digestivo. Es decir, cuando me calme el cabreo contra los munícipes  don Paco y doña Teresa por los catorce euros, puede que pinte un corazoncito en un tronco, con un -I LOVE JACARANDA-.

 

Curro Flores

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