El selecto timbre sonoro de mí querido director Octav Calleya, me espabiló el recuerdo de que estábamos cumpliendo el 35 cumpleaños de nuestra querida Orquesta. Inmediatamente surgieron aquellas evocaciones con sus exactitudes e invencioncillas cebolletas, de los meses tan agitados que vivimos hasta que su batuta estrenó el (YA o DO) en el Teatro Municipal Miguel de Cervantes, para nuestro público y atriles.
Las columnatas de guasa de algún diario local, llevaban días con la frasecita tan manida en los tiempos de Franco de: -“¿Cuándo vienen los rusos?; porque durante días estuvimos esperando la llegada de los músicos seleccionados en la audiciones en Moscú; que tenían que unirse a los recién incorporados, que ensayaban desde primero de año, en la sala de aquel viejo cine Royal de mi infancia. Imagino que con un presidente de su órgano rector, como el alcalde de Málaga, tan eternamente onomástico como Francisco de la Torre, su duende de las celebraciones, ha mantenido en el olvido que no ignorancia la historia, para no querer resaltarla en un evento de remembranza apaga velas con su primer maestro en la tarima. Llegados rusos, eslovacos, valencianos, rumanos, búlgaros y los pocos de acá; el yanqui afroamericano con su viola, tomó la portada inaugural de primera página.
Entre tantos preparos y agobios, pudimos celebrar un nuevo éxito inédito en nuestro Teatro; tanta alegría y abrazos traspiraban el comienzo de la que fuera, por mucho tiempo señalada, como la mejor agrupación musical sinfónica de España. Octavio, en nuestras confianzas, me recordó mi mal genio al final del segundo día de concierto; montando en mi yegua Iracunda, anduve galopando a escobazos, para citar a todos los responsables de la OFM a las siete de la mañana del lunes en mi despacho de lecturas de cartillas; porque habían quedado varios asientos por ocupar del aforo, siendo el acontecimiento tan esperado, y tan cara la butaca vacía; teniendo en cuenta que el director de la Sala, Carlos de Mesa, lo había llevado a ser premiado nacionalmente, desde el rescate municipal, como el escenario de más actividad y público asistente de todos los hispanos. No sé el remedio y la diligencia, pero salvo excepcionalidades, nunca volví a ver una butaca sin pagano encima.
Tras esta llorada, con nuestra imperiosa alegría por la obra bien hecha, si me dejan las mellas, silbaré algunos acordes de la Sinfonía Fantástica de Berlioz, para brindar con Octavio una copita de tuica de su Rumanía natal, por aquel glorioso día del nacimiento alado de nuestra mejor música.