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Crónica de un Nobel literario muy esperado

Ventana americana

El día 11 de diciembre se cumplieron ya cuarenta años de aquella ceremonia de entrega de los Premios Nobel en la cual le fue concedido el máximo galardón de las letras mundiales a Gabriel José de la Concordia García Márquez, "Gabo" para sus allegados, produciéndose en esa gélida noche de Estocolmo lo que pocas veces ocurre con esta distinción: aunar el éxito editorial representado por millones de lectores en todo el orbe y la bendición de la crítica literaria.

Rompiendo con el rígido protocolo de la Academia Sueca, y vistiendo un blanquísimo "liqui-liqui" tropical en vez del riguroso frac, el mayor de los doce hijos del telegrafista de la ciudad caribeña colombiana de Aracataca recibió de manos del rey Carlos XVI Gustavo de Suecia la medalla con el rostro del arrepentido inventor de la dinamita, que lo consagraba como uno de los elegidos para ocupar un puesto en el Olimpo de los escritores y escritoras de la Literatura Universal.

En ese momento, justo antes de pronunciar su recordado discurso titulado "La soledad de América Latina", García Márquez debió recordar muchos momentos de su vida, tal como le ocurrió al coronel Aureliano Buendía, uno de los personajes de su monumental novela "Cien años de Soledad, cuando frente al pelotón de fusilamiento rememoró "aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".

Por la cabeza de aquel narrador de 55 años de edad debieron pasar fugazmente diversas analepsis que lo llevarían de vuelta a su juventud universitaria en la andina Bogotá, época en que leyó "La metamorfosis" de Kafka y descubrió, y decidió, que dedicaría el resto de su vida a escribir historias, abandonando a partir de aquel entonces sus estudios de Derecho.

Posiblemente sonreiría viéndose a sí mismo como un bisoño reportero en el diario El Universal de Cartagena de Indias, aprendiendo el oficio periodístico en la redacción del rotativo y escuchando a los maestros de ese oficio (que él consideraba como el mejor del mundo) durante las interminables tertulias nocturnas acompañadas de ron blanco en las rocas.

Quizás se produciría luego en su mente una sinestesia al recordar la textura y olor de las butacas de los grandes cines bogotanos, y el sonido y la imagen de las películas que veía en sesiones de tarde para poder redactar sus reseñas cuando ejercía como crítico empírico de cine para el diario El Espectador de Bogotá, anonadándose y deleitándose al mismo tiempo con la filmografía de los neorrealistas italianos y los jóvenes directores de la Nueva ola francesa.

Después vendrían los tiempos de corresponsal en París, donde quedó a la deriva (como su personaje de "Relato de un náufrago") debido a que la dictadura del General Rojas Pinilla cerró el periódico para el cual trabajaba, decidiendo entonces acometer la escritura de una de sus obras iniciáticas: "El coronel no tiene quien le escriba", después de haber publicado ya "La hojarasca", antesala de lo que sería el cataclismo literario desatado posteriormente por "Cien año de soledad".

"El coronel no tiene quien le escriba" nos cuenta la historia de un militar que había combatido en las guerras civiles entre liberales y conservadores que desgarraron a la joven república a finales del siglo XIX y principios del XX, y que encontrándose en uso de buen retiro espera del pago de la pensión oficial que nunca llega, como si el receptor de la misiva fuese el absurdo personaje elíptico de Esperando a Godot, del dramaturgo irlandés Samuel Beckett.

Y del Parisino Barrio Latino retornaría a Colombia para casarse con su novia de toda la vida: Mercedes Barcha, figura fundamental en su existencia ya que ella tomó el timón del barco familiar durante los mágicos dieciocho meses en los cuales el nieto del coronel Nicolás Márquez se encerró en una habitación de Ciudad de México para crear la saga de la familia Buendía, mientras su esposa empeñaba todos los enseres domésticos (menos la licuadora) para cubrir las necesidades básicas de sus dos hijos y de ellos mismos.

Todo sucedió muy precipitadamente: la primera tirada de 8.000 ejemplares de "Cien años de Soledad" publicada por la editorial Sudamericana de Buenos Aires se agotó en una semana, siendo necesarias sucesivas ediciones y reimpresiones hasta superar la cifra actual de los 50 millones de ejemplares vendidos. Se dio el caso de que la edición con la cual la Real Academia Española quiso celebrar en 2007 los 80 años de vida de García Márquez alcanzó el millón de ejemplares impresos.

Luego vendrían otros títulos que ya se han posicionado con protagonismo en la historia de la Literatura de habla hispana por derecho propio: como el experimento neovanguardista de "El otoño del patriarca", la novoperiodística "Crónica de una muerte anunciada" (una de las novelas más acogidas y disfrutadas por los bachilleres españoles que debían presentar el examen de Lengua para la prueba de acceso a la universidad); "El amor en los tiempos del cólera", la novela preferida de Gabo e inspirada en la relación de juventud de sus progenitores"; "El general en su laberinto", "Noticia de un secuestro", "Del amor y otros demonios"... Y otras obras de la bibliografía "Garciamarquiana" destinadas a la posteridad.

Sí, en aquella noche de frío polar en la capital sueca, Estocolmo se convirtió como por arte de magia en Macondo, luego de que aquel hombre que "escribía para que sus amigos le quisiesen más" fuese coronado como "rey vallenato de las letras" mientras que, entre sus acompañantes, el conjunto de música vallenata de Los Hermanos Zuleta interpretaba las viejas melodías de los juglares del interior de la Costa Caribe colombiana:

"Gabo me trajo de Estocolmo,
un montón de cosas muy lindas,
unos pecaditos de oro
y una mariposa amarilla".

[cabezon name="Luis Gabriel David" designation="Profesor y periodista" img="LUISGA" /]

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