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Un día junto a una urna en la Casa del Pueblo

La Casa del Pueblo estaba abierta de par en par, pero en sus dos habitaciones no estaba ningún compañero, aunque la mesa electoral estaba dispuesta, tres sillas; me llamó la atención una postal de reclamo de la candidata a las primarias descansada sobre unos libros de la biblioteca que sostenía el televisor, oculté disimuladamente la foto, salí a la calle y vino al paso un amable compañero que abrió el local, siempre en vigilia, y que seguro me observaba desde la acera de enfrente.

Rauda llegó la joven y eficaz Secretaria de Organización, que se sabía todo del procedimiento que me había tocado presidir, las votaciones de las inciertas elecciones internas para elegir nuestro Secretario General; pronto llegaron los eficaces vocales que me acompañaron, algunos miembros de la Ejecutiva, el tropel de apoderados e interventores, que colgaban los distintivos de sus candidaturas, a los que yo llamaba "tanganillos". Todos tan amigos y compañeros, como rivales en la contienda.

La urna de cartón, parecía diseñada en los grandes almacenes suecos, una joya práctica de diseño democrático, con su ventanita transparente para ver las papeletas, entre un acumulador de legajos "old fashion", y caja de botas "pret a porter".

A las diez, con la puntualidad de colegio electoral, empezó un rítmico, paseo de votantes, unos con la cara de dignidad que da votar, otros con el rostro de la congoja que daba el momento, que silente instante dónde se recita tu nombre y votas en un suspiro. Pronto se fue llenando el local, y las tertulias, tan sonoras, como españolas, pasaban de los achaques de la edad de los más veteranos, hasta las especulaciones de la controversia que vivíamos. La camaradería reinaba, y sólo un buen observador de rabillo de ojos, o abrazo cómplice, podía apreciar algo más que amistad complaciente.

Casi me dejan sin almorzar, por eso de que los vocales se fueron primero, reinaba el silencio de siesta, después de una mañana de mucho trasiego, mientras el reloj corría en mi estómago de Carpanta.

En un día de tantos recuerdos, recordaba la vieja pizarra dónde sacábamos los porcentajes de votos en aquellos tiempos, el domingo, las calculadoras de nuestros móviles, hacían más números que las cajeras de un supermercado. Así llegaron las ocho, ochenta y dos por ciento de participación en la bda. De Miraflores de Málaga.

Se abrió la urna, se fueron contando los votos, y en el momento de mayor silencio, un gol de Cristiano Ronaldo, en el otro gran evento a mil metros en la Rosaleda, rompió la tensión expectante de nuestro pequeño conclave.

Más de diez horas de un domingo, dónde pude compartir algunas viejas historias de militancia y convivencia, de vez en cuando aparecía alguno de los que por alguna razón había perdido de vista, y se revivía la amistad con calor.

Quizás por saber un poco más de las especulaciones de los equipos de campaña, visto el alto porcentaje de votantes, presumí en alguna conversación allí, de quién sería el nuevo Secretario General del PSOE.

Amén de los amenes, de los avatares del poder, de todo lo que la situación política da de sí, aquella mayoría de militantes que pasaron por las urnas, con sus sensatos sentimientos de izquierdas, la lucha constante que habíamos vivido por mejorar España, quizás, o no, se habían merecido hacer guardia y vela, para ver si se pudiera aclarar las cosas votando, en el Partido en que habían luchado contra viento y marea.

 

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