“Regular la prostitución es abrir el último dique del que disponemos, nuestro cuerpo, al mercado"
Me gusta reflexionar en profundidad sobre las grandes temáticas universales, debatir sobre ellas y comparar posiciones. Confieso que me ha llevado más de 30 años tomar partido sobre una de las cuestiones que, zigzagueante, se va asomando con intermitencias al panorama político, cual ojo del Guadiana. La terna entre regularización y abolición de la prostitución ha sido un péndulo oscilante en mi pensamiento político y social.
Por eso he querido comenzar mi reflexión marciana de hoy con esta frase de la escritora y socióloga española Rosa Cobo. La prostitución es una de las formas de mercantilización del cuerpo, nuestra única pertenencia real. El patriarcado dominador lo ha convertido en una inagotable fuente de ingresos.
Confieso que siempre he tenido debilidad por las putas, las he considerado mujeres de una alta dignidad. Cuando era joven a veces me arrebataba y quería disfrazarme de hombre, irme a los puticlubs y convencer a las mujeres para que no se acostaran jamás con hombres indeseados. Mi sueño siempre fue cerrar prostíbulos y cualquier espacio de sometimiento del ser humano.
Detrás de mi deseo/pensamiento no existe el menor atisbo de pseudo moralidad religiosa ni pazguata e inmaculada ingenuidad. En la España franquista sólo se cerraban las casas de putas el viernes santo. El pecado sólo quedaba en suspenso por el duelo anual de quien evitó la lapidación de María de Magdala.
Tras mis diatribas intelectuales y políticas tengo claro que sólo existe un camino: la abolición. Sostener la regularización es abogar por el sostenimiento de una enajenación del consentimiento femenino y de la libertad de elegir con quién mantener relaciones sexuales. Porque vender el cuerpo implica una renuncia absoluta al deseo propio y un sometimiento explícito a las necesidades de placer del pagador. Cuando se establecen relaciones donde una de las partes tiene el poder absoluto, la libertad desaparece del mapa relacional.
Para mantener vigente esta forma sutil de esclavitud se utilizan argumentos diversos, unos buenistas y otros perpetuadores de una realidad histórica ineludible. Se utilizan aforismos como que es la profesión más antigua del mundo. Ahí está uno de los quid de la cuestión: considerar trabajo la prostitución. Vender el cuerpo para dar placer sexual, para concebir hijos y venderlos en el mercado de las maternidades subrogadas o deshacerse de órganos por dinero se encuentran en el mismo escalafón del poderío económico frente a situaciones vulnerables.
También he oído en infinidad de ocasiones argumentos relativos a la caridad sexual: hombres sin pareja, poco afortunados físicamente, con diversidad funcional…pobrecillos, ¿van a vivir sin sexo? Yo proclamo que tener relaciones sexuales no es un derecho, es un deseo.
El mandato que emana de la prostitución es que hay que dejar de ser y abdicar del propio placer para ofrecérselo a quienes están en una posición de poder. Por eso, precisamente, la prostitución no puede empoderar a las mujeres.
La libertad sexual es otra cosa, consiste en, desde el consentimiento, la libertad y la elección particular, decidir qué tipo de relaciones se apuesta por mantener.
Si la precariedad, la dificultad para encontrar trabajo y recursos y la falta de autoestima social presiden esa decisión, el desequilibrio social aboca a situaciones de sometimiento auspiciadas por la necesidad perentoria de subsistir.
“Decimos que la esclavitud ha desaparecido de la civilización europea, pero esto no es cierto. La esclavitud todavía existe, pero ahora se aplica solo a las mujeres y se llama prostitución”
Víctor Hugo.
Porque hoy sigue siendo martes, te deseo mucho ánimo y mucha fuerza en estos tiempos de déjà vu.
A mis hermanas las putas.




